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Marcos 12:30-31 Amarás, pues, al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas; este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos.

Por: Daniel Mora Jiménez. 

Uno de los mandamientos que tenemos como hijos de Dios es amar a nuestro prójimo y podemos ver la importancia de mostrar aquel amor de Cristo, de hecho y verdad, así como lo menciona 1 Juan 3:18; por lo tanto, nuestro núcleo familiar también forma parte de la descripción de nuestro prójimo, siendo los más cercanos a nuestra conducta diaria y con quienes más compartimos, por ende, serán los que más nos conocen.  

Nuestra familia es la primera que percibe y ve nuestro actuar, siendo necesario que demostremos que no somos solo oidores del evangelio, sino también verdaderos discípulos que viven las enseñanzas de su maestro. En el libro de Deuteronomio 6:7-9, se observa una ordenanza dada por Dios para cada lider de su casa, en el cual todos tenían la responsabilidad de insturir a sus hijos y hacerles conocer la ley de Dios a fin de que este conocimiento sea transmitido de generación en generación. 

Por lo tanto, toda cabeza de hogar tiene la responsabilidad de darles a conocer a toda su familia acerca del amor de Cristo, y este conocimiento no solo es teórico, sino que debe ser con el testimonio. Si hay algo que podemos aprender de nuestros hijos en su etapa de niñez, es que la mayor parte de su aprendizaje es por medio de lo que ven hacer a sus padres, por lo tanto, si nuestros hijos ven en nosotros el reflejo del amor de Cristo, seremos de bendición para sus vidas puesto que recibiran de manera visible el fruto que poduce el evangelio en la vida del cristiano. 

En conclusión, como discípulos de Cristo debemos influenciar su amor en todos los que nos rodean incluyendo a los de nuestra casa, seamos de buen testimonio, seamos cartas abiertas a fin de que se evidencia en nosotros el poder del evangelio. 

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