Marcos 12:30 “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas”.
Por: Marianella Layana de Jácome
Jesús no solo nos pide una parte de nuestra vida, sino todo. Seguirlo no es solo ir a la iglesia o tener tiempos de oración, sino vivir cada día para Él. Glorificar a Dios con todo nuestro ser significa entregarle nuestras emociones, pensamientos, cuerpo y espíritu.
Dios quiere que lo amemos de verdad, no solo por obligación. Que todo lo que hagamos para Él nazca del amor, no del deber. David, a quien Dios llamó “un hombre conforme a su corazón”, adoraba con alegría y sinceridad, sin importar lo que los demás pensaran de Él. Glorificamos a Dios con la mente, porque nuestros pensamientos muestran quién manda en nuestra vida. Si nuestra mente está enfocada en la verdad de Dios, también nuestras decisiones lo estarán.
Glorificamos a Dios también con nuestro cuerpo, en cómo trabajamos, cómo tratamos a las personas y cómo cuidamos de nosotros mismos. Pablo dijo: “Ya sea que coman, beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).
Finalmente lo glorificamos con el alma, que es donde nacen nuestros deseos, emociones y decisiones. Dios no quiere que le entreguemos solo una parte de eso, sino todo. Él desea que lo que hay dentro de nosotros esté alineado a su voluntad, que queramos lo que Él quiere y que vivamos guiados completamente por Él.