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Mateo 10:1 “Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia”. 

Por: Dayse Villegas Zambrano

¿Es usted un discípulo con autoridad? Algunas de las responsabilidades del discipulado pueden intimidarnos porque van más allá de nuestros talentos humanos. Los doce discípulos originales habían visto a Jesús en acción ahora él los enviaba a hacer las mismas obras que él hacía, pero no por algún poder interno que ellos tuvieran, sino porque iban en su nombre, con su bendición, con su permiso, en su autoridad. 

En Mateo 21:3 hay interesante relato, el de la entrada de Jesús en Jerusalén, en que él los manda a tomar un asna y un pollino y traérselos. No eran de ellos, pero Jesús iba a disponer de ellos un momento. “Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesita; y luego los enviará”. Este texto nos ilustra la autoridad del Señor. No es natural ni humana. En primer lugar, es bueno servirle con nuestros talentos naturales, nos hace mucho bien. ¿No le ha pasado que entrena por muchos años un talento o virtud en la iglesia para luego descubrir que el Señor le permite que este aprendizaje le sea útil en todos los aspectos de su vida?. 

Es bueno servirle con nuestros bienes, nos trae mucha bendición. El dueño de los asnos sirvió a Jesús con sus bienes. Ni siquiera tuvo que comprometerse personalmente, dar la cara, poner su nombre, ir con la multitud a recibirlo, alabarlo, identificarse con él. Solo tuvo que proveer sus propiedades por un momento. 

Pero el discípulo va más allá. El discípulo podría no tener grandes talentos ni cuantiosos bienes, pero el discípulo va a hacer las obras que el Señor hizo con la autoridad que el Señor le dio. Va cubierto con la vida de Jesús y sellado con su nombre, a una misión prodigiosa. A predicar, a liberar y a sanar. 

Tememos a esta misión y la postergamos porque no nos decidimos a vivir en la autoridad de Jesús. Admiramos a los primeros discípulos de lejos, su valentía para llevar a cabo la gran comisión, pero no terminamos de convencernos de que la comisión también es nuestra. No se trata de nuestro talento. Es la autoridad del Señor que nos envía, y esta no fallará.

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