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Mateo 3:17 “Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”.

Por:  Dayse Villegas Zambrano

Cuando Jesús subió del agua, los cielos le fueron abiertos. Es verdad, Jesús no fue al bautismo para arrepentirse de ningún pecado, sino para cumplir la justicia de Dios. ¿Qué ganó con eso? Mateo nos ilustra una elevación de los sentidos espirituales de Jesús, su mirada y su oído. Primero, vio al Espíritu de Dios venir sobre él. La mirada de Jesús traspasó toda dimensión física y espiritual (Juan 2:25). Nada le estuvo oculto desde ese día en el Jordán. Luego, oyó la voz del Padre desde el cielo entregar un mensaje que sería el soporte emocional y espiritual de Jesús en todo su ministerio. “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”.

El discurso de aprobación del Padre sostuvo a Jesús hasta la cruz. Jesús a menudo es descrito como un hombre con fortaleza y salud emocional debido al amor y el reconocimiento del Padre. Jesús tenía una seguridad enorme, sabía que era un Hijo esperado y amado, y que su vida complacía al Padre. El deseo del corazón de todo hijo. 

Esto es algo que muchos niños no conocen, que muchos adolescentes buscan desesperadamente y por lo que muchos adultos lloran, no importa cuántos años tengan. La solidez y la seguridad del amor del padre en la tierra. Pero venir al Padre celestial a través de Jesús nos hace subir, nos abre la puerta, nos cambia la mirada y el oído, y nos hace hijos amados y aceptados (Efesios 1:6). 

Jesús buscó siempre hacer la voluntad de su Padre porque ese, explicó, era el alimento de su alma (Juan 4:34) y su fortaleza. ¿Cuál es el alimento de la nuestra? Perseveremos como Jesús en hacer la voluntad de nuestro Padre. 

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