Mateo 4:1-2 “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
Inmediatamente después de su bautismo y de la gran revelación del Espíritu y del Padre, Jesús no fue llevado a una gran celebración y a unas merecidas vacaciones. Su ministerio acababa de empezar. Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto. Tendemos a pensar que ser llevados por el Espíritu es opcional o un privilegio de ciertos cristianos consagrados, y que los demás podemos vivir en tibieza, alternando entre momentos de espiritualidad y nuestros deseos e intereses. Nos equivocamos.
En este pasaje Jesús nos da el ejemplo de cómo vencer la tentación, y lo primero que vemos es esto: él fue llevado por el Espíritu desde el primer día al lugar donde debía estar. ¡Y qué lugar! El desierto, donde lo esperaba el diablo. Jesús no huyó del desafío. Caemos cuando nuestras vidas no son llevadas por el Espíritu y cuando no queremos estar donde él nos quiere llevar. Queremos evitar lugares y momentos que nos parecen demasiado difíciles, y tomamos un desvío.
El precio de no ser llevados por el Espíritu es muy alto. Es estar en el sitio equivocado, viviendo experiencias equivocadas, que Dios no preparó para nosotros, fuera de su voluntad y perdiendo el tiempo de vida que se nos ha dado.
Piense en cuánto tiempo hemos perdido hasta ahora, obstinados en hacer lo que nosotros queríamos, y al final no nos dio la satisfacción que esperábamos. Piense ahora si tenemos más tiempo que perder. Me parece que no. Cristo viene pronto.
Perseveremos en ser como Jesús, y en dejarnos llevar por el Espíritu para estar en el sitio que Dios quiere que estemos, sea de prueba, de trabajo, de enseñanza, de crecimiento, de corrección, de refrigerio. Él nunca nos dejará estancados. Siempre iremos en la dirección correcta. “Irán de poder en poder; verán a Dios en Sion” (Salmos 84:7).