Mateo 4:19-20 “Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
Cuando Jesús empezó su ministerio, lo hizo como un predicador en las calles, maestro en las sinagogas de Galilea y sanador de enfermedades y dolencias. Pero también pensó en formar un grupo que estuviese con él, al cual enseñar detenidamente cómo vivir y cómo predicar el reino de Dios. A estos los llamó discípulos. Los primeros a los que halló no fueron un grupo de jóvenes buscando ocupación, sino a hombres adultos inmersos en el arduo trabajo de la pesca. Pedro y Andrés fueron interceptados mientras echaban la red. Jacobo y Juan estaban ayudando a su padre a remendar las redes. Todos estaban trabajando. Y todos al instante dejaron lo que estaban haciendo y le siguieron para aprender un nuevo oficio: Pescadores de hombres.
Cada uno de nosotros, sin importar lo que estuviésemos haciendo antes de Jesús, un oficio honroso como el de un pescador o cuestionable como el de un cobrador de impuestos, ha recibido el mismo llamado de Jesús: Sígueme. Y este seguimiento implica caminar detrás de Él imitando su vida y aprendiendo a lanzar la red del mensaje del evangelio, para captar las almas de los que aceptan ser salvos. Si miramos a los apóstoles como una docena de hombres cuyo ministerio surgió y terminó en el primer siglo para no volver a replicarse, nos equivocamos. Ellos fueron los aprendices con los que el maestro fundó su escuela, y tienen un sitio de honor en el reino, pero nosotros somos las promociones posteriores que han recibido la misma consigna. Vamos en pos de Jesús para que nos enseñe a ser pescadores de hombres. Como ellos, nos tocará dejarlo todo para seguirle (Mateo 19:29).
Los discípulos no dejaron de ser pescadores, hijos de pescadores y probablemente padres de pescadores. Su llamado no significa que no volvieron a trabajar o que abandonaron a su suerte a sus familias. Significa que el eje de su vida pasó a ser Jesús y su llamado: Sígueme. A su lado, durante tres años, aprendieron de manera vivencial las verdades del reino de Dios. Pero también lo acompañaron a predicar, enseñar, atender a los pobres, orar por los enfermos, tareas que pusieron en práctica cuando el Maestro ascendió al cielo. Ahora esa es nuestra labor. Si ellos, los doce, pudieron trastornar el mundo en el que vivían (Hechos 17:6), imagínese hoy, lo que podremos hacer nosotros, guiados por el Espíritu Santo de Dios, unidos y siguiendo los pasos de Cristo.