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Mateo 5:10 “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”.

Por:  Dayse Villegas Zambrano

En la última categoría del sermón de la montaña Jesús bendice a los que padecen persecución por causa de la justicia, es decir, la justicia del reino y el mensaje del Rey. El Señor cierra este discurso volviendo al sitio del que empezó: Porque de ellos es el reino de los cielos. Jesús no está hablando de una confrontación común, en la que uno golpea y otro responde, uno insulta y el otro busca rápidamente un insulto más ofensivo, en la que uno desprestigia y calumnia y el otro lo supera en maldad. Eso ocurre en nuestro mundo, en la política y en el barrio, pero entre nosotros no debe ser así. 

Jesús habla de un grupo que sufre la persecución e incluso la injuria sin perder su integridad. Todo lo malo que digan de ellos será mintiendo. La iglesia no es un ente que se defiende a sí mismo devolviendo las pedradas. La iglesia es un cuerpo defendido por Cristo, “quien se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25).  La iglesia no es un ejército al estilo del mundo, dirigido por estrategas de dudosa moralidad. No reacciona en su ira o en su indignación o en sus deseos de venganza. 

La iglesia se sujeta al Señor y espera que él actúe y que él dé las instrucciones. No corre como si hubiese perdido la cabeza, porque ella nunca pierde la cabeza. Colosenses 1:18 escribe: “Cristo es la cabeza de la iglesia, que es su cuerpo”. Él dio comienzo a todo y fue el primero en resucitar de la muerte. Entonces él es el más importante en todo sentido.

Si vamos a perseverar en seguir el ejemplo de Jesús tenemos que adoptar también este aspecto de él, que no perdió la cabeza, sino que estuvo sobrio y cuerdo incluso en los momentos de ira, de tristeza y de angustia, y cuando la presión fue demasiado grande para soportar, se volvió a Dios y fue fortalecido. 

¿Tenemos problemas para mantener la cabeza fría? Es normal, es humano, pero no es imposible de vencer. De hecho, mientras más cedemos el control al Señor en esos momentos, descubrimos que los estallidos de ira o de nervios no son inevitables, sino que simplemente no habíamos aprendido autodominio, y que este viene de ser llenos del Espíritu Santo (2 Timoteo 1:7). 

Concentremos nuestras fuerzas en tener una vida irreprochable, para que cualquier acusación lanzada en nuestra contra sea mentira, y para que sepamos padecer con una actitud digna, justa e incluso bienaventurada, sabiendo que nos espera el reino de los cielos.

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