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Mateo 5:4 “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”.

Por:  Dayse Villegas Zambrano

En las bienaventuranzas, Jesús bendice a los que lloran, es decir, a los que sufren una pérdida tan grande que no pueden esconder su dolor. Para ellos promete que habrá consuelo. ¡El reino de Dios es para los que sufren! Y el oficio de Consolador lo atribuyó Jesús al Espíritu Santo. Él está cercano a los que sufren, para consolarlos. Pero también para defenderlos, porque su rol es ser defensor e intercesor, bien informado y bien capacitado para representarnos en cualquier situación difícil. 

Hubo ocasiones en las que Jesús no pudo esconder su dolor. En el funeral de Lázaro (Juan 11:32-36), al lamentarse por Jerusalén (Lucas 13:34-35) y en Getsemaní (Hebreos 5:7). En todos esos momentos fue consolado, fortalecido y respaldado por el Espíritu. Y aunque lloró, no maldijo su sufrimiento. También sufrió Jesús en el camino a la cruz, al momento de ser crucificado, y al entregar su espíritu. Pero sufrió de manera ejemplar. Supo expresar su dolor sin quejarse. “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:7). Aunque fue ofendido, no devolvió la ofensa. 

Por supuesto que podemos y debemos expresar nuestro dolor si es necesario, pero expresar no equivale a explotar contra los demás, sino a derramar nuestros sinceros sentimientos como hicieron Jesús, los profetas y los salmistas: con lágrimas, con música, con poesía. Dios ve nuestras lágrimas y las valora, como en la oración del rey Ezequías (2 Reyes 20:5). Además, promete que un día, él nos dará consuelo definitivo y no lloraremos más. “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4). 

Espero que en estas palabras podamos encontrar esperanza y ánimo, sabiendo que no tenemos que reprimir nuestro dolor, y mucho menos esconderlo de Dios. Tenemos libertad para expresarle lo que sentimos. Y tenemos derecho a estar tristes o dolidos, siguiendo el modelo de Jesús, el hombre experimentado en quebrantos, pero libre de venganza y violencia.

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