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Mateo 5:44-45 “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”.

Por:  Dayse Villegas Zambrano

¿Cómo se reconoce a un hijo de Dios? En el amor. Cuando ama a sus hermanos, pero también a sus enemigos. Hace poco escuché a alguien decir, que tenía su conciencia tranquila porque nunca había matado, ni robado, ni quebrantado las leyes de su país. Nunca le había hecho daño a nadie. Su lista de lo que no había hecho era su argumento de inocencia.

En su primer sermón registrado, Jesús nos quitó esa falsa sensación de seguridad de ‘no haber hecho nada malo’. No basta con no matar, si cuando te enojas, insultas, injurias y deseas que el otro desaparezca del planeta, aunque no llegues a decírselo. Jesús dice: Anda y haz algo bueno: reconcíliate (Mateo 5:21-26). 

Jesús nos desarma con su asertividad. No basta con que te abstengas de hacer el mal, tienes que ir y hacer el bien (Mateo 7:12). No basta con que no cobres venganza, tienes que renunciar a ella, aunque eso signifique parecer indefenso ante el otro (Mateo 5:38-39). No basta con que no le quites nada a nadie, con que no le impongas cargas a nadie. Debes estar dispuesto a dar al que no sabe pedir amablemente y también a llevar la carga del que abusa de su poder (Mateo 5:40-42). Aunque suene escandaloso. Y tienes que amar a tu enemigo. Bendecirlo, hacerle el bien y orar por él. 

Y entonces nos preguntamos por qué?. Por qué no podemos buscar justicia hasta los más altos tribunales?, Por qué no levantar la mano al que la levantó primero, Por qué Jesús nos da esta versión tan intimidante del amor?. Porque así es el Padre Eterno. Donde Él ofrece la luz del día a los buenos y a los malos y hace llover sobre justos e injustos. Un Padre Eterno que ama a los que no lo aman y que se acerca a los que viven alejados de él (Mateo 4:17). Un Padre perfecto. 

Jesús tiene el deseo de que seamos perfectos imitando a Dios, quien no hace nada malo, sino que está eternamente consagrado a hacer el bien, que cada día sigue produciendo lo bueno de la tierra, del agua, del sol y del viento para que nosotros podamos seguir existiendo. Ser perfecto es vivir para hacer el bien. No lo hemos alcanzado, pero tenemos este imperativo de Jesús. “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Y más que una orden, tenemos su ejemplo. Que Dios nos dé el valor de perseverar cada día en la semejanza de Jesús, Amén. 

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