Mateo 5:5 “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
En el sermón de la montaña llega una bendición para los mansos, aquellos que tienen un carácter ligero y gentil. El carácter cristiano, no oprime, no asfixia, no se impone. Se controla. La palabra “manso” que se usa en el Antiguo Testamento es difícil de traducir, porque en el mundo ser manso es una palabra aplicable a los animales de carga, casi un insulto. Cuando se aplica la palabra “manso” a las personas parecería indicar a alguien débil, tímido, temeroso de hablar o de actuar.
Pero en la Biblia, manso es alguien que ejerce la fuerza de Dios porque está bajo el control de Él. Como Jesús, quién en su ministerio terrenal sus palabras y actos poderosos, eran guiados en el poder del Espíritu de Dios. Un manso puede demostrar poder sin usar una dureza indebida. Es capaz de la demostración de fuerza más impresionante de todas: Se domina a sí mismo.
¿Y en qué parte de nosotros se pone a prueba la mansedumbre o falta de ella? En nuestra manera de hablar. “Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Santiago 3:2). Aquí todos nosotros, hasta los más callados, podemos hacer un rápido inventario de las peores ofensas que hemos hecho con palabras. Como quisiéramos poder borrar esos vergonzosos errores, cometidos en un momento de debilidad. Debido a que demasiado tarde, en nuestro caminar cristiano, aprendemos a valorar ese fruto del Espíritu que es la “mansedumbre”, que abunda en Jesús y que puede abundar también en nosotros, como hijos de luz.
Fallamos cuando lo vemos como un valor menor, como una asignatura optativa que podemos tomar al final de nuestras vidas o cuando ya estemos en el cielo. Sin darnos cuenta, que sin la mansedumbre seguiremos repitiendo los mismos pecados, a causa de nuestro orgullo que nos hace hablar antes de pensar.
Los mansos recibirán la tierra por heredad. ¿Qué recompensa es esa? Creo que en este mundo existe la idea de que los que son mansos carecen de viveza, de ambición y de agresividad, y por eso no llegan lejos. Pero para Jesús, el que es manso no necesita preocuparse por eso, pues tiene de Dios una herencia asegurada. “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:9-11).