Mateo 8:21-22 “Otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos”.

Por: Dayse Villegas Zambrano

¿Es su prioridad ser un discípulo? ¿Es lo que le da sentido e identidad como persona? Entonces todo lo demás cobrará sentido a partir de eso. Sus relaciones con los demás, empezando por su familia, estarán definidas por el discipulado. 

El discípulo de la historia no parece haber tenido un padre a punto de morir. Solo estaba pidiendo permiso para ir y quedarse junto a su padre hasta que este muriera. Entonces quedaría libre para seguir a Jesús. Es un pensamiento que parece muy razonable hasta que nos percatamos de las prioridades. Él estaba postergando su discipulado para otro tiempo, sin fecha definida, porque pensaba que entrar en ese proceso le impediría ser un buen hijo. 

Jesús no negó a sus discípulos la posibilidad de tener una familia. Jacobo y Juan tenían un padre y una madre que sabían muy bien por qué sus hijos habían dejado la pesca. Pedro tenía casa, familia e incluso su suegra vivía con ellos. Jesús mismo, en la cruz, buscó un hogar para su madre, porque su misión le impedía estar con ella. 

La misión. Jesús está hablando de prioridades. Y el discipulado, esa conexión constante y cercana con el maestro hasta llegar a ser como él, es primero que todas las otras obligaciones y responsabilidades de la vida. Luego vienen todas ellas, no nos han sido revocadas, hay que cumplir con la casa, cuidar a los nuestros, proveer a los cónyuges (1 Corintios 7:10-13), a los hijos (Lucas 11:11) y a los padres (Marcos 7:11), de no hacerlo nos ganaríamos la desaprobación (1 Timoteo 5:8).  Sin embargo, ningún discípulo podrá manejar la compleja red de relaciones que empieza por la familia si no está firme en su base, que es su relación con el Señor. Si el discipulado no se convierte en la prioridad de su vida.