Mateo 9:35 “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
¿A quiénes somos enviados como discípulos? A toda criatura, a todas las naciones, desde nuestra ciudad hasta lo último de la tierra. Pero es cierto que no todos nos recibirán. Seremos oídos por aquellos que tengan fe.
Jesús encontró esa fe en el principal de la sinagoga, que estaba convencido, si Jesús ponía su mano sobre su hija muerta, esta viviría (Mateo 9:18).
La encontró también en la mujer que había estado enferma durante doce años, y pensó: “Si tocare solamente su manto, seré salva” (Mateo 9:21).
La vio en dos ciegos que gritaban: “¡Ten misericordia de nosotros, hijo de David!” (Mateo 9:27). Es comprobable que Jesús buscaba fe por su conversación con ellos. “¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho”.
Pero hay que reconocer que ellos eran minoría. Un hombre y una mujer en medio de una multitud que no creía y se burlaba de las palabras de Jesús. “La niña no está muerta, sino duerme”. Al discipular (y parte de discipular es predicar, ayudar, hacer obra de sanidad y liberación, porque eso hace el Maestro) debemos estar preparados para la burla y la incredulidad. Preparados como Jesús. No se detuvo en su propósito, eligió premiar la fe de uno por sobre el cinismo de muchos. No se escondió, pero tampoco se dedicó a hacer espectáculo para los que no creían. Su fama se difundió por los resultados, porque la luz no se puede esconder.
Nosotros tampoco. Andemos con él, apreciando hasta los gestos más sutiles del Maestro, para que podamos hacer las obras que él hizo. Bendigamos a todos, y busquemos la fe.