Proverbios 11:24-25 “Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.”
Por: Ericka Herrera de Avendaño.
En el libro de Proverbios, encontramos una sabia enseñanza sobre la generosidad y sus consecuencias. Estos versículos nos hablan de dos actitudes opuestas: aquellos que reparten y aquellos que retienen más de lo que es justo. La Biblia nos enseña que aquellos que son generosos y comparten lo que tienen, experimentarán prosperidad y abundancia en sus vidas.
El proverbio nos muestra que aquellos que reparten, que dan libremente de sus recursos y bendiciones, serán recompensados. Cuando compartimos generosamente, Dios nos bendice y añade más a nuestras vidas. No se trata solo de una bendición material, sino también de una prosperidad en todas las áreas de nuestras vidas: emocional, espiritual y relacional.
Por otro lado, aquellos que retienen más de lo que es justo, aquellos que son tacaños y egoístas en sus acciones, terminarán experimentando pobreza. La retención egoísta no solo afecta nuestra relación con los demás, sino también nuestra relación con Dios. La avaricia y la codicia nos llevan por un camino de carencia y escasez, alejándonos de la verdadera prosperidad que proviene de la generosidad.
La enseñanza de estos versículos es clara: el alma generosa será prosperada. Cuando vivimos con una actitud de generosidad y compartimos lo que tenemos, demostramos una confianza en Dios como nuestro proveedor. Nuestra generosidad es una expresión de gratitud hacia Él y un reflejo de su amor en nuestras vidas.
Hoy, le invito a reflexionar sobre su actitud hacia la generosidad. ¿Es una persona que reparte y comparte libremente, o tiende a retener más de lo necesario? ¿Confía en Dios como su proveedor y está dispuesto a ser generoso en todas las áreas de su vida?
Oremos para que el Espíritu Santo nos transforme en personas generosas y compasivas. Que tengamos un corazón dispuesto a compartir nuestras bendiciones y recursos con los demás. Que vivamos con la convicción de que, al dar, recibimos la bendición de Dios. Que nuestra generosidad sea un testimonio del amor y la provisión de Dios en nuestras vidas, y que experimentemos la verdadera prosperidad que proviene de vivir en generosidad y confianza en Él.