Romanos 10:9 “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”.
Por: Nelly Jácome de Pérez
Confesar a Jesucristo como Señor quiere decir que Cristo es su Señor, su Soberano. Hacer esa confesión significa expresar en voz alta delante de los demás su profunda convicción personal, sin reservas, de que Jesucristo es su dueño y el soberano de su vida.
Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo” (Lc. 9:23). Esa es una afirmación asombrosa, considerando el modo en que las personas piensan acerca de la función de Jesucristo en su vida hoy. Por tanto, el evangelio no es acerca de nuestra satisfacción, como muchos suponen. Es acerca de la abnegación. Nadie puede confesar a Jesucristo como Señor y decir: “Muy bien, Jesucristo, voy a dejarte entrar en mi vida y quiero que me hagas una persona de éxito y mejores mi matrimonio y reduzcas mi falta de habilidad en lo que hago”. El evangelio no es acerca de Jesucristo que viene a su vida y le da lo que usted desea. Es acerca de postrarnos ante Jesucristo y decirle: “Dios, ten misericordia de mí pecador, sálvame”. Es decir: “Jesucristo, te reconozco como mi Soberano, Maestro y Señor. Me aparto de mis propios deseos y mi propia necesidad de controlar mi vida. Me someto a todo lo que quieras para mí”.
Usted será salvo solo cuando haya reconocido a Jesucristo como su Señor y haya creído que su muerte en la cruz fue el sacrificio eficaz por su pecado, validado por su gloriosa resurrección. Usted cree con su corazón y es justificado ante Dios; usted confiesa con su boca y confirma esa realidad.
Que este pasaje que nos recuerda que la salvación es un regalo de Dios, accesible para todos los que creen en Jesucristo, que es una llamada a la fe activa y a una confianza profunda en el Señorío de Cristo y su obra redentora, nos motive a proclamar el evangelio con valentía, a vivir vidas que reflejen nuestra fe y a extender la invitación de salvación a todos los que nos rodean, Amén.