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Romanos 5:20 “Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”.

Por: Dayse Villegas Zambrano

A veces pensamos que la gracia es solo para los santos, pero la realidad es diferente. Sí, es abundante en los santos, pero es todavía más abundante para los pecadores. Miremos de nuevo el relato del paralítico de Betesda para enfrentarnos con este aspecto de la gracia: alguien puede recibirla sin ser digno e incluso sin saber apreciarla. 

Pero a esto añadamos otra observación: Jesús no se complica pensando en eso. La da a quien él quiera, al que extienda la mano y la tome. El paralítico recibió una oportunidad que pocos tienen en los evangelios, el registro de un segundo diálogo con Jesús tiempo después de recibir el milagro, y por esto nos damos cuenta de que el Señor no eligió sanarlo porque fuera la mejor persona o el mejor judío en esa multitud de enfermos. Era un pecador más que recibió compasión. ‘No peques más para que no te venga una cosa peor’ nos sugiere que el hombre, paralizado como estaba, se las había ingeniado para llevar una vida pecaminosa.

Pero la advertencia de Jesús quedó a un lado. El hombre buscó a los judíos para denunciar al que lo sanó. Podemos detenernos a hablar de la ingratitud, pero honestamente, el evangelio no lo hace y Jesús tampoco, entonces nosotros sigamos su ejemplo y avancemos. Después de dar su consejo, Jesús sigue adelante con su ministerio. 

No sabemos qué pasó con aquel paralítico que fue sanado. Sabemos que la obra y la predicación de Jesús continuaron hasta estar completas. La ingratitud no le causó resentimiento ni lo desanimó. Y espero que a nosotros tampoco. En este mes, propongámonos perseverar en dar gracia a otros sin esperar que nos recompensen, y si tenemos un revés, respondamos como Jesús. Sigamos haciendo gracia. 

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