Romanos 9:16 “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”.
Escrito Por: Dayse Villegas Zambrano
Una de las primeras cosas que los niños aprenden a decir cuando las cosas no salen como ellos quieren es: No es justo. Es una de las frases que se quedan con nosotros a lo largo de la vida. Al igual que los niños, tendemos a confundir justicia con conveniencia, aunque nuestros propios intereses no siempre son lo justo para con alguien más.
La justicia es que cada uno reciba lo que se merece. Pero si Dios hubiese hecho justicia con cada uno de nosotros y nos hubiese dado lo que nos merecíamos… Como especie humana ya no estaríamos aquí para contarlo. Dios, conscientes de que nosotros no podíamos hacer nada justo, mandó a Cristo a cumplir toda justicia y a nosotros nos dio lo que necesitábamos (no lo que merecíamos): la misericordia. El amor sabio y desbordante.
Si en esta vida nos empeñamos en hacer nuestra voluntad, fracasaremos. Porque tal vez consigamos salirnos con la nuestra, pero lo haremos sin Dios, y eso no nos hará felices. Y si nos empeñamos en salir adelante por nuestro propio esfuerzo y talento, también fracasaremos, porque nos desgastaremos, y al final, estaremos vacíos. De qué nos habrá servido. “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Marcos 16:25).
Ya hemos visto que debemos aferrarnos al precioso tesoro de la fe. Y que tenemos que esforzarnos en la gracia. Ahora le animo a aferrarse a la única garantía de salvación y éxito, que es la misericordia de Dios. No es coincidencia, queridos hermanos, que una de las más puras expresiones de reconocimientos esté en un libro titulado Lamentaciones. Su escritor sabía de lo que hablaba. Su entendimiento había sido refinado por el fuego de la prueba. “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad”.