Salmo 51:16–17: “Porque no quiere sacrificios tú, que yo los daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh, Dios”.
Por: Marianella Layana de Jácome
Dios no busca una adoración vacía, ni una vida llena de apariencias religiosas. Él mira más allá de nuestras acciones externas y examina lo que hay en lo profundo del corazón. Un corazón arrepentido, quebrantado y humillado es más valioso para Él que cualquier sacrificio o muestra externa de religiosidad.
David entendió esto en su oración de arrepentimiento. Él no ofreció simples rituales, sino que vino ante Dios con un corazón sincero, buscando restauración. Su deseo de volver a una relación íntima con el Señor fue un testimonio mucho más poderoso que cualquier acto externo. Esa es la adoración genuina que agrada a Dios. Hacer lo correcto siempre es importante. Sin embargo, Jesús nos enseña que el pecado no comienza con lo que hacemos, sino con lo que llevamos dentro en el corazón (Mateo 15:18–19).
En muchas ocasiones, quizás evitamos hacer comentarios hirientes, controlamos una reacción impulsiva o aparentamos calma en los conflictos. Practicamos el dominio propio, sí, pero si en lo profundo seguimos alimentando el orgullo, la ira o el resentimiento, no estamos verdaderamente caminando en santidad. Por fuera podemos lucir rectos, pero por dentro, el corazón puede estar lejos de Dios.
Aunque nuestras acciones externas son valiosas, lo que realmente transforma nuestra relación con Dios es un corazón sincero y humillado. Él no se complace en sacrificios vacíos ni en buenas obras, sino en una actitud humilde, que reconoce su necesidad constante de la gracia y perdón de Dios. Esa es la vida que Glorifica a nuestro Padre.