Salmos 144:2 “Misericordia mía y mi castillo, Fortaleza mía y mi libertador, Escudo mío, en quien he confiado; El que sujeta a mi pueblo debajo de mí”.
Escrito Por: Dayse Villegas Zambrano
Este es un mundo en el que ni siquiera los poderosos están a salvo. Cuatro presidentes de los Estados Unidos murieron asesinados durante sus funciones y otros nueve sobrevivieron a atentados. En cuanto a la realeza, durante los siglos estar en la línea de sucesión al trono ha sido una circunstancia letal. Era así también en tiempos de David. Llevar la corona lo convertía en un blanco.
Quien piense que el liderazgo significa “haber llegado a un sitio seguro”, debería leer de nuevo estos versos de David: “Fortaleza mía y mi libertador, escudo mío, en quien he confiado; el que sujeta a mi pueblo debajo de mí”.
Ningún líder puede mirar su cargo como una fuente de seguridad: los cargos terminan.
Ningún líder puede confiarse en sí mismo o en los demás: todos podemos fallar en cualquier momento. Ningún líder puede creer que él podrá gobernar los corazones de aquellos a quienes lidera: los corazones se rebelan. “Misericordia mía y mi castillo”. David no solo conocía la fuente de la fortaleza. David habitaba en lugar seguro. En Dios estaba asegurada su corona, su futuro, su pueblo y su alma.