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Salmos 91:14 “Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré;

Por: Dayse Villegas Zambrano

Cuando Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, el diablo trató de aprovecharse de su debilidad física para engañarlo, pero no pudo. Encontró a un hombre fortalecido. Sin embargo, aun para el debilitado hay esperanzas. Uno de mis relatos favoritos de viajes al desierto es el del profeta Elías. Elías es un santo muy humano, de emociones intensas. Él se va al desierto, no llevado por el Espíritu, sino por su propio miedo (1 Reyes 19:4). Va huyendo de una amenaza de muerte.

La Biblia no se ahorra los detalles oscuros. Dice que Elías llegó al desierto “deseando morirse”, y pidiéndole a Dios: “Basta ya, oh Jehová, quítame la vida”. 

Tal vez parezca atrevimiento compararse con Elías en santidad, poder y llamado, pero con su condición humana sí que podemos identificarnos. ¿Para qué sigo vivo? “No soy yo mejor que mis padres”. No le pide a Dios que lo salve de Jezabel. Le dice que ya basta de sufrimiento. Que acabe con todo. Que acabe con él. 

Incluso los santos que conocen a Dios de cerca se pueden equivocar acerca de él, de su carácter y de sus intenciones, cuando están agobiados por la angustia, la desesperación y el miedo. Pero Dios manejó la crisis de Elías con sabiduría.  Primero, le dio descanso, sueño, algo que las personas angustiadas necesitan. Luego le dio de comer, algo que las personas deprimidas olvidan o rechazan. Dios no dejó morir a Elías, sino que se aseguró de restaurarlo (1 Reyes 19:5). No lo trató como a un servidor desechable que llegó al fin de su vida útil. Hoy diríamos que le dio una completa terapia.

Pedirle a Dios que acabe con todo, porque ya no aguantamos más, es también una forma de tentación. Pero Dios no es una máquina destructora. Es el que más nos ama.  Una vez que Elías durmió y comió, descubrió que el mundo no se había acabado para él. Tuvo fuerzas para caminar cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios. 

Perseveremos en el ejemplo de Jesús, fortalezcámonos en el Espíritu. ¿Y cuándo nos sintamos débiles? Como Elías, tengamos esta confianza. Dios no abandona a los suyos, los busca, los encuentra y los restaura.

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