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Salmos 91:15-16 “Me invocará, y yo le responderé; Con él estaré yo en la  angustia; Lo libraré y le glorificaré. Lo saciaré de larga vida, Y le mostraré mi salvación”.

Por:  Dayse Villegas Zambrano

Cuando Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, no había padres, amigos, ni ángeles con Él. Era una prueba que debía atravesar con la única y suficiente compañía del Espíritu Santo. Cuando Elías estuvo en el desierto, se sentía muy solo. Dios abre así su diálogo con él. Le pregunta: ¿Qué haces aquí, Elías? (1 Reyes 19:9). 

En la respuesta de Elías, aunque él alega un vivo celo por Dios, y no creemos que esté mintiendo, se nota algo más. Una profunda sensación de soledad. No hay más piadosos (Salmos 12:1). No es una preocupación extraña. La Biblia está llena de versos de impotencia ante el aumento de la maldad, que le caen muy bien a nuestros tiempos. No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno (Salmos 14:3). 

Dios no consuela a Elías con palabras cariñosas. Dios consuela a Elías con su apacible y delicada presencia. Vuelve a preguntar: ¿Qué haces aquí, Elías? Y ante la insistencia de Elías de que es el único fiel en un mundo de infieles, Dios le muestra la realidad. Lo envía de regreso al desierto, pero esta vez irá con instrucciones. Podríamos decir que esta vez no va llevado por el estrés, sino por el Espíritu de Dios.

Dios le muestra a Elías que su soledad era subjetiva. En realidad, no está solo. Hay otro como él, su sucesor. Y hay siete mil fieles que, como él, sienten celo por Dios. La misión de Elías no ha terminado. Nuestros pensamientos y emociones pueden convencernos de cosas que no son verdad. Que estamos solos, que nadie nos apoya, nadie nos quiere, es el fin, no hay esperanza y la maldad reina. Pero Dios puede corregir nuestra perspectiva. No estamos solos. En él hay esperanza, Él reina. 

Perseveremos en el ejemplo de Jesús, que estando en el desierto, se concentró en la verdad de las Escrituras, y no pudo ser confundido por el diablo. ¿Y si nos sentimos confundidos? Dios puede hacernos ver la realidad, cuando entramos en su presencia y tenemos un tiempo de comunión con Él. 

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