Santiago 2:26 Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.
Escrito Por Dayse Villegas Zambrano
No solo Jesús escribió cartas a las iglesias del primer siglo. Santiago, “siervo de Dios y del Señor Jesucristo”, es el autor de una combativa carta que nunca baja las revoluciones y en la que da esta famosa declaración: la fe sin obras está muerta.
Santiago dirige esta carta a la totalidad de los creyentes en ese tiempo, que inicialmente fueron en su mayoría judíos, “a las doce tribus que están en la dispersión”. Y de entre ellos parece dirigirse también a sus detractores.
Con ellos discute sobre la fe y hace una diferencia, entre el que dice que tiene fe, pero no hay cómo creerle porque no hay resultados en su vida (obras), y el que tiene fe y se nota porque actúa por ella. La fe, dice Santiago, no es solo palabras, es acción, y afirma que Abraham fue justificado por sus obras. Tenemos que entender que para Santiago las dos cosas son inseparables, él no concibe a un creyente que no actúa. Para él, la fe actúa conjuntamente con las obras y es perfeccionada por ellas.
Nosotros, enseñados por Pablo y los otros apóstoles, creemos que la salvación viene por el oír la palabra de Dios, porque esto produce fe. Y que la salvación es Dios obrando en el interior del hombre para transformarlo en una nueva forma de vida. Santiago no va contra esto, en ninguna parte dice que la fe no salva o no es suficiente. Él escribe contra los que hablan de fe pero no la viven.
Muchas personas se declaran simpatizantes o incluso creyentes a su manera. Creen para sus adentros, pero no permiten que eso interfiera en sus decisiones. Le conceden a Dios un espacio limitado, sin acceso a las demás áreas de su vida. Pero el creyente, como Santiago, sabe que la fe y los cambios van juntos, que la fe conduce a una obediencia que la persona antes no tenía, y que una fe que no da evidencia de obras es fingida. La iglesia cuerpo de Cristo tiene que crecer en obras que perfeccionen su fe, que den testimonio del Dios que habita en ellos. Obras de amor, obras de paciencia, de fe, de mansedumbre. Obras del Espíritu. “Yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:18).