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Santiago 2:5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?

Escrito Por Dayse Villegas Zambrano

La inequidad o distribución no equitativa del trabajo y la riqueza ha sido un problema siempre. Lo era para el mundo en el que vivió la iglesia del primer siglo y lo sigue siendo hoy. Así encontró Jesús el mundo y en esa realidad edificó su iglesia. 

Y para que no copiáramos el modelo de inequidad mundial, Dios mandó a los apóstoles a enseñarnos a no hacer acepción de personas. Lo aprendió y predicó Pedro, lo enseñó Pablo y lo repite Santiago, lo que permite afirmar que esta es una doctrina de los apóstoles y que no es una conducta optativa. 

En la iglesia del primer siglo había ricos y pobres, y Hechos nos enseña cómo hacían para que las necesidades de todos fueran cubiertas. Esto nos deja abierta una nueva dimensión de crecimiento, la iglesia puede y debe crecer en equidad, en palabras de Santiago: “Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas”, es decir, sin asignar a alguien más o menos valor en función de sus bienes, parentesco o fama. No hay miembros de mayor o menor importancia según lo que puedan traer a la mesa. Recordemos que en el reino de Dios el más grande es el que se convierte en el servidor de todos (Marcos 10:43-44). 

Es más, Santiago destaca el trato preferencial que Dios ha dado a los pobres al abrir el reino de Dios para los rechazados, ya que los que se sentían importantes y ocupados rechazaron la invitación. Jesús también dijo que esa era parte de su misión:

El Espíritu del Señor está sobre mí,

Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;

Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;

A pregonar libertad a los cautivos,

Y vista a los ciegos;

A poner en libertad a los oprimidos;

A predicar el año agradable del Señor.

Entonces, la iglesia necesita reforzar la predicación y el servicio a aquellos grupos a los que Jesús vino a servir: los pobres que no ven salida a su situación, los de corazón quebrantado, los cautivos, los ciegos, los oprimidos. Los que no dicen, como Laodicea, “yo soy rico y de nada tengo necesidad”, sino que todos los días suspiran por liberación. A ellos Dios los ha elegido.

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