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Santiago 5:14-16 y 19-20 ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. (…) Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados.

Escrito Por Dayse Villegas Zambrano

Otros aspectos en los que podemos crecer como iglesia: en poder, en perdón y en restauración. Estas tres cosas van juntas. La iglesia ciertamente tiene poder, pero tiene que aprender a usarlo. La iglesia, si no practica el perdón, no puede usar su poder para restauración. 

El apóstol Santiago pone la sanidad de los hermanos como una responsabilidad de la iglesia, representada por sus líderes experimentados o ancianos. Las oraciones de estas personas justas, hechas con fe, salvarán la vida del enfermo, el Señor lo levantará e incluso si tuviere pecados, le serán perdonados. Esto es parte del gran poder dado por Dios a la iglesia. 

Pero los líderes no son los únicos que tienen la responsabilidad de orar. Esto que dice Santiago se ve como una situación de gravedad, en que la enfermedad ha avanzado y el paciente ya no puede ni levantarse para ir a congregarse, y tienen que ir a orar por él en su casa. Santiago añade una práctica congregacional que nos ayuda a permanecer en sanidad. Confesar y admitir cuando nos hemos ofendido unos a otros, y orando los unos por los otros, para ser sanados. Si tenemos que levantarnos para ir con nuestro hermano y pedir perdón, hagámoslo, para que haya sanidad en todos los aspectos de nuestra vida. 

Si la iglesia no crece en la práctica constante de la confesión y el perdón, no puede ver sanidad. La confesión no es algo que se hace a alguien que no es el ofendido y que está obligado a guardarnos el secreto. ¿De qué serviría eso? La confesión es ponerse a cuentas, es transparentar las cosas con la persona a la que hemos ofendido, si fue entre los dos, pues que sea en privado, y si fue en público, pidamos perdón públicamente, pues eso nos restaurará tanto a nosotros como al hermano, y edificará a la congregación. 

Y tenemos también que crecer en el poder de la restauración. Somos un ministerio de reconciliación, y si alguien se extravía, nosotros no le damos la espalda, nosotros le hacemos volver. Ese hacer volver es un trabajo considerable: exhortación, confrontación, mediación, consejería e incluso ayudar al hermano a restituir y reparar el daño que ha hecho, sea a la iglesia, a la familia, al prójimo o a la justicia humana. El que hace esto, salva el alma de su hermano (no de la condenación eterna, que eso es obra de Dios, sino del castigo y juicio que se viene sobre él aquí en la tierra, 1 Corintios 11:32) y le ayuda a cubrir multitud de pecados. 

El crecimiento es para los valientes. Hemos llegado a la mitad del año. Usemos lo que nos resta para crecer en poder, en perdón y en restauración.

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