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2 Corintios 1:4 “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”.

Escrito Por: Dayse Villegas Zambrano 

¿Se ha visto en la necesidad de consolar a otros durante un duelo? No es fácil. Algunas personas evitan los funerales y duelos porque no saben qué decir, se sienten incómodos. Otros repiten ciertas frases tradicionales y toman asiento. Pero hay personas que hacen un sincero acompañamiento, buscan palabras de compasión en sus corazones, dan un abrazo cálido, se quedan aunque sea en silencio, pero cerca. 

En estos versos vemos a Dios comprometido en darnos toda forma de consolación para todas nuestras tribulaciones. Él es experto en consolar. Y mientras lo hace, nos enseña a nosotros a ser maestros de consolación para los demás. La experiencia de sufrir y ser consolados por Dios nos hace buenos prójimos, buenos hermanos y buenos consejeros. Tal vez, si fuésemos tan privilegiados que ningún dolor nos tocara, creeríamos que la vida en la tierra es fácil, y nos costaría comprender el sufrimiento de los demás. 

Pero lo cierto es que nuestras vidas, como las de todos los demás, son abundantes en aflicciones, solo que con estas viene también la abundancia de consuelo en Cristo. Uno sufre para aprender a tener compasión de otros, y consolarlos, y alcanzarlos con la salvación. 

Se supone que en las organizaciones, los miembros más experimentados deberían entrenar, cuidar y formar a los recién llegados. Pero esto a veces se pervierte, y los más antiguos deciden que han llegado hasta ahí para dominar y tener privilegios sobre los demás. 

La iglesia debe ser diferente. Un cuerpo en el que los miembros más experimentados instruyen y consuelan a los otros, mientras estos aprenden a ser recíprocos y se preparan para el momento en les toque liderar la acción compasiva. La iglesia es un organismo vivo, formado por compañeros en las aflicciones y en el consuelo. Compañerismo, no niveles, categorías o escalafones de antigüedad. No somos una empresa, somos un cuerpo. No somos un gremio, somos un cuerpo. Aprender esto y renunciar a los privilegios cuesta mucho. Y por eso es necesario que en el camino seamos refinados por la experiencia del sufrimiento y aliviados por el bálsamo del consuelo.

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