2 Corintios 1:9-10 “Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte”.
Escrito Por: Dayse Villegas Zambrano
Este relato de las tribulaciones de Pablo y sus acompañantes durante sus viajes por Asia nos muestra la intensidad del fuego de la prueba. El apóstol dice: “Fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida”.
Llegaron a recibir (en varias ocasiones) sentencia de muerte (y numerosos intentos de ejecución), y quién puede encontrarle sentido a tanto dolor e injusticia. Pablo lo logra: “Para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios”.
Estas palabras nos obligan a hacer una pausa después de leerlas. Que alguien con la carrera de Pablo admita que a esas alturas de su vida aún necesitaba aprender a confiar en Dios y no en sí mismo es admirable. Cualquiera diría: Pero si eso él ya debería saberlo. Una cosa es saber el concepto. Otra es tener que aplicarlo en una situación real.
Hay muchos conceptos que como cristianos manejamos con facilidad. “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. “Tome su cruz y sígame”. “Dios ama al dador alegre”. Con toda humildad debemos admitir que los conocemos, pero cuando nos toca ponerlos en práctica en situaciones reales no siempre salimos airosos. Porque, y esto es lo importante, no podemos confiar en nosotros mismos ni en nuestras fuerzas ni en nuestra inteligencia, sino en Dios.
Pablo seguía aprendiendo de sus propias tribulaciones y no perdía tiempo en usarlo para beneficio de otros. En la introducción de la segunda Carta a los Corintios él ya estaba derramando su corazón para ellos. Su explosión de honestidad termina en estas hermosas palabras: “El cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte”.
Solo por llegar a esa convicción vale la pena atravesar cualquier situación. Pero vivir lo suficiente para comunicarla a otros es el propósito de Dios para nuestras vidas. No nos guardemos lo ganado durante nuestras épocas de adversidad. Apresurémonos en compartir lo que hemos aprendido. Otro lo necesita o lo necesitará tarde o temprano.