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Hechos 14:3
Por tanto, se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con denuedo, confiados en el Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se hiciesen por las manos de ellos señales y prodigios.

Escrito Por: Dayse Villegas Zambrano

¿Cómo crece y se multiplica la iglesia del primer siglo? Sigamos examinando la labor de los dos misioneros, Pablo y Bernabé, que conquistaron con la palabra a judíos y a gentiles por igual. También intentaron echarlos de la sinagoga de Iconio, ante lo cual lo recomendable hubiese sido salir de allí. Pero ellos se quedaron. 

Usaron el amor de Dios e invirtieron en esa comunidad. Se quedaron allí mucho tiempo, les hablaron con gracia, confiaron en el Señor, hicieron señales y prodigios. Persistieron. 

Si usted cree que su bondad fue recompensada por la gente, no fue así. Su paciencia exasperó a sus enemigos, que pensaron en matarlos con ayuda de las autoridades. Pablo y Bernabé se fueron, pero no lejos, se quedaron en ciudades cercanas y siguieron predicando el evangelio. 

El amor de la iglesia por las almas tiene que ser un amor valiente y persistente. Que no se ofende fácilmente, no se desanima a la primera, no piensa primero en su comodidad personal (1 Corintios 13:4-6). Es el amor que no se extingue. El amor que prevalece. Cuando lo echan de un lado, se expande a otro sitio. De Iconio, ese amor se extendió a Derbe y Listra, y alcanzó a un hombre imposibilitado de caminar desde su nacimiento. 

La iglesia no puede crecer si ante cualquier rechazo se lastima, se resiente, se ofende y se enfría. La iglesia necesita un amor persistente por las almas, porque salvar almas es el principal negocio del reino de Dios en la tierra. Cuando alguien nos rechace, no nos apresuremos, como Jacobo y Juan en su juventud, a hacer caer fuego del cielo. Detengámonos un buen tiempo con esas personas, hablemos, confiemos en el Señor y él hará a través de nosotros señales y prodigios.

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