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Hechos 13:27
Y habiendo llegado, y reunido a la iglesia, refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos, y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles.

Escrito Por: Dayse Villegas Zambrano

Una iglesia que crece y se multiplica necesita tener un amor dinámico, pero también un amor paciente y perseverante. Miremos a los apóstoles. Un día son apedreados en Listra. Al día siguiente se levantan y se van de gira por Derbe, Iconio y Antioquía. Pisidia, Panfilia, Perge y Atalia. Y de vuelta a Antioquía. ¿De dónde obtenían las fuerzas? Del sabio ejercicio del amor de Dios. 

Eran gente que había sido encomendada a la gracia de Dios para cumplir una obra. Gente que tenía otra perspectiva de la vida, y que estaba consciente de cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos. Gente que medía su éxito por la capacidad de abrir la puerta de la fe a otros. Y que tenía tiempo para discipular. 

El amor de la iglesia es dinámico cuando tiene que predicar e ir a buscar las almas. Y es paciente y perseverante cuando tiene que detenerse a discipular. Así como menciona los diferentes destinos de los misioneros, el Nuevo Testamento dice que una vez que una iglesia había sido establecida en una ciudad, al menos uno de los misioneros se quedaba allí mucho tiempo, uno o dos años, discipulando a esa comunidad para consolidarla, hasta que hubiese entre ellos todo tipo de líderes. 

Nosotros necesitamos tener un amor dinámico y perseverante, capaz de movilizarse, correr y adaptarse cuando es necesario y de detenerse en ciertos lugares y momentos. Un cuerpo sano se ejercita, pero luego se sienta para alimentarse y descansar. Así crece una iglesia, en periodos de movilización y también de detenimiento. Es una cuestión de armonía. Usted salga a la calle a predicar, pero en el día de congregarse, estudiar, vigilar o ayunar, congréguese, estudie, vigile y ayune. Ejercitémonos sabiamente en el amor de Dios.

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