Hechos 20:24 “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
Uno de los últimos discursos de Pablo antes de su viaje como prisionero a Roma es este, en el que vemos cuáles son las prioridades de su vida: su carrera y su ministerio.
El gozo de Pablo estaba puesto justamente en el pensamiento de acabar bien su carrera y dar cumplimiento a su ministerio, que era “dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”. Es decir, él estaba pensando en el momento de entregar los resultados de su labor al Señor.
En la parábola de los talentos de Mateo 25, la historia no se detiene en los grandes esfuerzos y el largo tiempo en que trabajaron los siervos para asegurar ganancias, sino que hace énfasis en el momento de la entrega. Ahí está la tensión, cuando cada uno de ellos debe presentarse a dar cuenta de lo que hizo. Y entonces vemos hacia dónde va dirigida la enseñanza de Jesús, al valor de la recompensa, “entra en el gozo de tu Señor”.
Eso es lo que Pablo creía y esperaba. Que habiendo dedicado su vida a sembrar la gracia de Dios, llegaría el momento en que recibiría como premio un gozo imperecedero, entraría en la presencia tangible de Dios.
La recompensa de perseverar en la gracia es el gozo eterno. La alternativa es demasiado terrible como para contemplarla siquiera. No es pobreza, no es apatía, no es distancia solamente, es la pérdida de lo que se tenía y se escondió para no perderlo, y es la lamentación y la frustración posterior.
No miremos allá. Miremos la belleza que hay en la gracia. Por ella corría Pablo, por ella corramos nosotros también. En este año que empieza, tomemos aliento, pongamos nuestra mirada en este premio cierto y lícito, y corramos con perseverancia.