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Mateo 5:2-3 “Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.

Por: Dayse Villegas Zambrano

En Mateo 5, el sermón del monte o las bienaventuranzas, es una serie de bendiciones generales en la que Jesús retrata a los ciudadanos de su reino. Y también se retrata a sí mismo, para que lo conozcamos mejor. Jesús no es alguien que exige a otros, virtudes que Él no tiene. En Mateo 8:20 se describió como alguien que no tenía ni dónde recostar su cabeza. En Mateo 11:29 afirmó que él era manso y humilde de corazón. Tenía las dos dimensiones de la pobreza, terrenal y espiritual.

Empieza por los pobres en espíritu, un grupo al que parece separar de los que son simplemente pobres. Ser pobre en cualquier tiempo ha significado tener que agachar la cabeza para esperar un beneficio o un derecho, para pedir un favor o para tolerar una injusticia por miedo a recibir un daño mayor. ¡Pero no siempre ha sido así!, muchas grandes revueltas en el mundo han ocurrido cuando los pobres se han cansado del trato. 

En las bienaventuranzas Jesús no está hablando de economía, sino de la actitud del corazón. Bendice a los que, pobres o no, permanecen humildes. No se levantan para exigir con violencia, aunque tengan necesidad. Son conscientes de que son pequeños delante de un Dios grande, y si requieren algo, pueden pedírselo a Él. David lo dijo en el Salmo 8:4-5: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?. Y el hijo del hombre, para que lo visites?. Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra.

Aunque el ser humano es solo un poco menor que los ángeles, sigue sin ser merecedor del favor y de la presencia de Dios. El que es sabio y humilde está maravillado de su dignidad, al ser portador de la imagen y semejanza de Dios, y al mismo tiempo siente reverencia ante su Creador y en su interior se inclina delante de Él. 

En las bienaventuranzas, Jesús está describiendo al reino de Dios, pero también al Rey y a todos los habitantes del reino. Usted que ha compartido el evangelio sabe que un hombre o una mujer de espíritu orgulloso no puede recibir el reino de Dios ni quiere hacerlo, dará tumbos frente a la puerta sin poder entrar. Solo un espíritu quebrantado, contrito y humillado puede entrar a la presencia de Dios (Salmos 51:17). El Rey puso el ejemplo, y nosotros estamos llamados a seguirlo.

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