Mateo 5:7 “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
No hay nadie que no necesite misericordia. Le hará falta al más poderoso de los hombres en algún momento de su vida. Yo creo que en realidad nos hace falta todos los días. Hemos conocido a un Dios misericordioso, pero encontrar personas misericordiosas es excepcional.
El misericordioso es capaz de socorrer al afligido, llevar ayuda al necesitado. No se queda en buenos sentimientos o buenas palabras, sino que va a la práctica. Como Dios, que le da su favor incluso al que no lo merece, particularmente, la salvación en Cristo. Esto no surge recién en el Nuevo Testamento. Dios siempre ha sido así. En Éxodo 33:19, Dios dice a Moisés: “Tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente”.
Si uno lo lee rápidamente, pareciera que Dios advierte que él elige a sus favoritos y no le da explicaciones a nadie. Sin embargo, si leemos el pasaje, esta declaración soberana de Dios se da en un contexto en el que Moisés le hace tres peticiones enormes, y a todas Dios le contesta con gran generosidad. Primero le dice: “Te ruego que me muestres tu camino”. Y Dios le contesta: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso”. Luego insiste: “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”. Dios responde: “También haré esto que has dicho”.
Hasta entonces, Moisés ha pedido con temor, recordándole a Dios que él es su profeta y que Israel es su pueblo, y que se vería muy mal que los dejara andar solos y perdidos en el desierto. Pero luego, al verse rodeado del favor exuberante de Dios, Moisés cobra valor y va por el gran premio. Ya no pide para el pueblo. Pide para sí (tome nota y aprenda): “Te ruego que me muestres tu gloria”. Y Dios arma una estrategia para que Moisés pueda verlo sin recibir daño. Y de paso le enseña que él no ha olvidado su pacto, y que es libre para derramar su misericordia con Israel o con quien él quiera, independientemente de las peticiones humanas.
Esto es más evidente con la llegada de Jesús, quien vino sin que el mundo hubiese hecho méritos. “Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Ese es el modelo de misericordia que Jesús nos enseña. Práctica, inmerecida, generosa, benigna y libre. Abierta y gratuita (Isaías 55). Inesperada y necesaria. Nacida en un corazón que ha recibido misericordia y ahora puede darla a otros.