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Una iglesia que persevera en la semejanza de Jesucristo Mateo 5:9 “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.

Por:  Dayse Villegas Zambrano

En el sermón de la montaña, Jesús hace una serie de bendiciones y promesas para un grupo de personas a las que llama “los hijos de Dios”. Y usa esta palabra que solo aparece en esta única ocasión en la Biblia. Los pacificadores. Los que aman la auténtica paz.  ¿Qué es la paz? Para Jesús, es el don divino de la integridad y la plenitud. Cuando todos los elementos esenciales para el ser están completos. Mientras no haya plenitud, no hay paz. No importa cuán rico o privilegiado sea alguien, si no se siente pleno.

Así que antes que preguntar si usted tiene paz, quisiera preguntar si usted se siente pleno. Si tiene todo lo esencial en su vida. Si se siente completo y satisfecho. O si, al contrario, tiene la sensación de que a le hace falta algo. La plenitud empieza en nuestro interior. En el exterior tenemos necesidades básicas. “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (Timoteo 6:8). Y ni siquiera eso debería ser un tema que nos atormente. Jesús lo dijo así: “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mateo 6:25). 

Pero Jesús tiene tan alta expectativa de nosotros que no solo quiere que seamos personas que tengan paz (Juan 14:27). Él espera que seamos personas que construyen la paz (Salmos 34:14). Y si la paz es estar en plenitud y contentamiento con Dios, pacificar es procurar que nuestro prójimo también lo esté, compartiéndole con palabras y con obras las buenas nuevas del reino de Dios. Como hizo Jesús, al predicar sobre el arrepentimiento, la reconciliación y la oferta de vivir una vida abundante, eterna, libre de afán. 

El ministerio de Jesús fue constructor de paz. Nos dio todo lo que nos faltaba. Se manifestó dando de comer a las multitudes, sanando a los enfermos y atormentados, predicando las buenas noticias del reino de Dios hasta llegar a la cruz para cumplir así sus promesas. Él es el fundamento del reino, y nosotros los edificadores, si perseveramos en nuestro llamado. 

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