Hebreos 2:11 Porque tanto el que santifica como los que son santificados, son todos de un Padre; por lo cual Él no se avergüenza de llamarlos hermanos,
Por: Daniel Mora Jiménez
El amor no tiene envidia, no es jactancioso y no se envanece; estas son las cualidades negativas que no posee el amor, por ende, si observamos el amor de Cristo dentro de estas cualidades negativas, encontraremos cuales fueron sus enseñanzas acerca de cada una de ellas. Los evangelios nos relatan la vida de Jesús en la tierra, nos detalla cual fue su conducta ante los hombres y parte de su accionar es contrario a la envidia.
Si analizamos la definición de la palabra, encontramos que se refiere al anhelo rencoroso e insatisfecho por las pertenencias, logros o exitos de otra persona, es por esto que la envidia es considerada como una obra de la carne, es la manifestación de nuestra naturaleza pecaminosa. La envidia por lo general es acompañada de los celos y estas dos cualidades negativas son de mucho peligro para el cuerpo de Cristo; la necesidad de ser superiores a otros es la principal causa de la envidia, a esto Jesús les enseñó a sus discípulos que el Reino de los Cielos no se manejaba en la forma jerárquica del mundo, puesto que quien desee ser el mayor entre ellos debía ser el servidor de todos.
La envidia y los celos son la principal razón de las divisiones en la Iglesia, el deseo de enseñorearse de los demás impulsa a todo tipo de actos de pecado, por ejemplo, por envidia Caín mató a su hermano Abel, por envidia los hermanos de José lo vendieron a los mercaderes Ismaelitas, y así podemos encontrar más acontecimiento. Sin embargo, Jesús nos ensenó con su ejemplo que, a pesar de ser Dios, vino a la tierra para servir al pecador, a fin de darnos entrada ante la presencia del Padre, y por su sacrificio, por sus llagas hemos sido curados de la enfermada más grande que adolece la humanidad, como lo es, el pecado.
El resultado del amor de Cristo se refleja en que, habiendo sido adoptados como hijos de Dios, Él no se averguenza de llamarnos hermanos, habiendo sido reconciliados para con el Padre y alcanzando paz mediante la fe en el sacrificio único y suficiente de Jesucristo, en la cruz.