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Ezequiel 3:18 “Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano”.

Por: Ericka Herrera de Avendaño

Dios nos ha dado la gran responsabilidad de compartir el evangelio con los perdidos. En este versículo, el Señor instruye a Ezequiel sobre su deber de advertir al impío acerca de su pecado. Si él se quedaba callado y no hablaba, sería considerado responsable de la muerte del pecador. Esta advertencia sigue vigente hoy.

Muchas personas viven alejadas de Dios, sin esperanza y sin conocer la verdad de Cristo. Nosotros, como hijos de Dios, tenemos la luz del evangelio y hemos sido llamados a compartirla. Si nos quedamos en silencio, estamos fallando en nuestra misión. No podemos ignorar la necesidad de salvación que tienen quienes nos rodean.

El temor, la vergüenza o la comodidad pueden ser obstáculos para evangelizar. A veces pensamos que no es nuestro deber, que alguien más lo hará, o que la persona no está lista para escuchar. Sin embargo, la Palabra nos enseña que cada oportunidad de compartir el mensaje de salvación es valiosa. No sabemos cuánto tiempo le queda a cada persona para tomar la decisión de seguir a Cristo.

Nuestro deber es sembrar la semilla del evangelio. No siempre veremos resultados inmediatos, pero la Palabra de Dios nunca vuelve vacía (Isaías 55:11). Debemos ser fieles en nuestra responsabilidad y confiar en que el Señor hará la obra en los corazones de quienes escuchen el mensaje, Amén.

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