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Juan 15:8 “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos”.

Por: Dayse Villegas Zambrano

Podemos intentar glorificar a Dios de muchas formas, principalmente con palabras y cánticos. Jesús dice que Dios es glorificado en nuestras obras y nuestra conducta. “Por sus frutos los conoceréis” es una realidad. 

El discipulado está conectado con las obras y las obras están conectadas con la adoración. Cada cosa que hacemos es un acto de adoración si la hacemos desde nuestra conexión con Jesús por medio de la fe. El discípulo de Jesús es aquel que trae gloria a Dios a través de sus actos, siguiendo el ejemplo del Maestro. 

En Eclesiastés, el predicador dibujó la vida de adoración de esta manera: Cuando entres en la casa de Dios, abre los oídos y cierra la boca. El que presenta ofrendas a Dios sin pensar hace mal. No hagas promesas a la ligera y no te apresures a presentar tus asuntos delante de Dios. Después de todo, Dios está en el cielo, y tú estás aquí en la tierra. Por lo tanto, que sean pocas tus palabras (5:1-2, versión NTV). Es decir: mis palabras, por más adornadas que sean, pueden no tener el efecto deseado, no dar gloria a Dios. 

Incluso mi ofrenda, si no es consciente y bien pensada, hace más mal que bien. Mis promesas y ofrecimientos y peticiones pueden estrellarse contra un muro si no voy con todos mis sentidos puestos en lo que estoy haciendo. Y un sentido en específico me va a ayudar mucho en mi vida de adoración: el oído, en el sentido físico y espiritual. La frase: “Después de todo, Dios está en el cielo y tú estás aquí en la tierra” nos ayuda a ubicarnos. Para oír a Dios no sirve ir a la iglesia en una actitud superficial, resultado de una vida superficial. 

Una vida de adoración tiene lugar en el día a día y en todo lugar en el que estemos y en cada decisión que tomemos de hacer el bien. Y esto tiene su momento culminante cuando llegamos a la casa de Dios y reflexionamos como iglesia en lo que hemos hecho y lo que hemos recibido y delante de quién estamos. 

Al estar en la congregación, la asamblea, la iglesia, concentrémonos en oír la oración del que lidera, la alabanza, la meditación. Salgamos llenos para seguir viviendo vidas discipulares, llenas de fruto que glorifique a Dios.  

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