Hebreos 13:15 Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre.
Por: Dayse Villegas Zambrano
Un fruto agradable a Dios es el de un corazón rebosante de fe y de alabanza. Lo que hay en nuestro interior se manifiesta en palabras, y si en nuestra habla habitual no hay expresiones de alabanza, esa es un área en la que debemos poner atención.
Peor aún si se nos escapan palabras de maldición, exasperación, vulgaridad, chistes de doble sentido, acusación, queja, murmuración, amargura. ¿Qué decimos cuando nos damos un golpe? Cuando un carro nos rebasa? ¿Cuando nos cobran de más? ¿Cuándo el pedido no llega completo? ¿Cuando nos vuelven a decepcionar? ¿Cuando tratan de robarnos?
Cambiar esas exclamaciones por palabras de humildad, aceptación, gratitud, fe y alabanza puede ser, si hemos estado acostumbrados a otra cosa, un sacrificio. Y está bien que lo sea. Cambiemos nuestra manera de hablar. Emprendamos la transformación de nuestras palabras. Voluntariamente presentemos en sacrificio nuestra forma de comunicarnos, incluso cuando parece que estamos solos, pues nunca lo estamos. No hay un chat en este mundo del que usted pueda estar seguro que jamás saldrá a la luz. No hay una conversación que usted pueda asegurar que nunca será revelada.
No solo usemos la moderación cuando estemos en el templo. Hagámoslo siempre. No lo veamos como una mordaza a nuestra libre expresión, sino como una ofrenda entregada con alegría. Haga este ejercicio. Vengo a ti, Señor, para intercambiar mis pensamientos por los tuyos y mis palabras por las tuyas. Que cuando no sepa cómo expresar mis emociones, mi alegría, mi temor, mi preocupación o mi indignación, lo primero que confiese sea tu nombre.