Romanos 7:4 Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios.
Por: Dayse Villegas Zambrano
En este pasaje Pablo compara la relación que teníamos con la ley (la que establece que la paga del pecado es muerte) con la viudez. Y quien murió fue la persona que éramos antes. Si seguimos el capítulo 7 desde el principio veremos que el vínculo obligatorio hombre-pecado se rompió por una situación de muerte y resurrección, y en esto, nuestro vicario fue Cristo. En su muerte, todos los que creemos en él quedamos libres del vínculo legal que nos condenaba a muerte.
Y quedamos libres no para quedarnos solos y a nuestra suerte, sino para celebrar honrosamente un nuevo vínculo con otro Señor, Jesucristo, el que resucitó de los muertos. Un Señor de vida y un Señor de abundancia que nos lleva a cumplir nuestro propósito, llevar fruto para Dios.
Esto tiene muchas implicaciones. Nadie, ni el pecado ni el mundo ni el diablo, pueden obligarnos a hacer nada. Cuando pecamos, lo hacemos de nuestra propia maliciosidad (Santiago 1:14), ociosidad, descuido, indisciplina, debilidad. ¿Nos desecha Dios por esto? De ninguna manera. Él no es alguien que rompe sus vínculos. Él honra sus pactos.
Nuestra vida cristiana será una historia de cómo él es fiel aunque nosotros le fallemos muchas veces, hasta que un día esa lucha terminará, y todo rastro de inclinación pecaminosa será quitado de nosotros. Ayudémonos en esto recordando el propósito de estar vivos, que es llevar fruto para Dios. Acostumbremos hacernos regularmente esta pregunta, ¿esto que estoy haciendo, este lugar en el que estoy, esta manera de pensar honra a Dios? Si la respuesta es no, demos la vuelta y corrijamos la marcha.